Un añito en el infierno

Thursday, August 17, 2006

Agosto del 97

Podría empezar así: “como en todos los meses de agosto, al llegar la fiesta mayor, nos pondremos la muda bien limpia, y del brazo saldremos los dos...”. En medio de la “canicule” existencial que supone estar encerrado en la oficina este mes que se supone inhábil, me vienen a la quijotera recuerdos festivos de esos años locos entre Cervera y Calatayud (bueno, y Malanquilla, y Clarés, y Aniñon, y Torralba, y hasta donde nos llevara el coche).

Bryan Adams cantaba el Summer of 69, nosotros cantábamos a Serrat, a Nino Bravo, a Ixo Rai, y algunas de la cuadrilla también a Alejandro Sanz o a Masiel. Aquellos veranos en los que las noches se encadenaban sin dejar espacio al caluroso día. Levantarte a las 3, comer lo poquito que permitía la resaca, café en el bar a las cuatro, y claro, después un pacharán o un martini para bajar la comida. Merienda con buena magra de la tierra y cena a toda prisa para volver al ataque (a ser posible la tortilla o el filete en bocadillo, no sea que llegue tarde y no me pueda sentar junto a la chica que me gusta).

Allá en los pueblos éramos libres, no había hora, ni día, ni semana. Solo la palabra Septiembre dictaba que la fiesta tocaba a su fin.
Siempre éramos los mismos que dábamos la cara frente al bodeguero y perjurábamos que no, que no había menores en la cuadrilla, que si, que le devolveríamos las botellas vacías, y que por supuesto no armaríamos jaleo. Benditas mentiras. Y al día siguiente todo el pueblo sabía quien festejaba con cual y tal y pascual. Y si no lo sabias no tenias mas que pasar por la carnicería (gaceta de adultos con todo tipo de adornos exagerados y rimbombantes), o el bar a la hora del café (versión juvenil, cruda realidad de amores y desamores y mensajes entre líneas).

Aquellas noches no tenían fin, solo el despuntar del alba nos traía una surrealista dosis de inspiración para componer nuevas versiones, crear monólogos, ralladas grabadas en audio y video, situaciones que daban de reír durante todo un verano.
Han pasado los años, y con ellos las inquietudes, la vida nos va cambiando a todos, entonces envidiábamos las chuletadas de los mayores, ahora les prestamos la parrilla a los pequeños. Entonces temíamos “hacer corto”, ahora intentamos no pasarnos. Pero en el fondo, los que quedamos en pie seguimos siendo los mismos. Antes era en el pueblo, ahora en la ciudad, antes bocadillo, ahora restaurante.

Siguen quedando sonrisas, canciones, historias, incluso parejas, y hasta algún que otro churumbel.
El ciclo de la vida me sugiere que los próximos agostos serán de bodas y bautizos, y entonces tendremos que decirles que no lleguen tarde, que me he enterado en la carnicería de que..., que en el bar me han dicho que bebéis alcohol y bla bla bla

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